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ANTEOJOS DE UN ROSTRO DESTRUIDO O LA MUERTE DE SALVADOR ALLENDE

Por Daniela Senn*


“Giro hacia la gente Mis lentes de Allende Y como en los sueños Van todos al frente”

Mecánica Popular, grupo musical chileno.

Más allá de los desacuerdos que hasta hoy en día existen en torno a la causa directa de muerte del ex presidente chileno Salvador Allende (1908-1973) y la veracidad de la imagen que muestra su cuerpo prácticamente sentado sobre un sillón con un fusil sobre sí, su muerte continúa considerándose producto de un suicidio que el entonces presidente habría llevado a cabo al tiempo que el Palacio de la Moneda estaba siendo bombardeado, con él adentro.


Los vivos necesitamos recordar no sólo a Allende vivo, sino también su muerte. Porque cuando el fallecimiento de una persona demarca el comienzo de una nueva etapa –oscura para este caso–, el deceso nos toca a todos. Esa muerte, además, se multiplica, dejando a gran parte de los vivos sin una clara representación sobre cómo fue la partida de sus familiares. Aun contando con el cuerpo de quien ha muerto, es realmente problemático encontrar una imagen con la cual recordar el episodio en que esa persona deja de existir, ya que, culturalmente imagino, preferimos recordarla viva y formando parte del único mundo que conocemos.


En nuestra cultura los cadáveres tienen relación con los vivos sólo durante el rito fúnebre. El rostro de una persona muerta, cuando está destruido, se oculta. Un cuerpo sin vida no es exhibido. Es cremado, es enterrado, es alejado del escenario en donde la existencia de los vivos tiene lugar. En el crimen más miserable, el cadáver es destruido o se hace desaparecer. Y ya que la muerte de Allende se nos presenta como un hecho que no debe ser olvidado, de la misma manera que recordamos al Allende presidente, a la persona viva, sus anteojos llegaron a transformarse en esa imagen para recordar el hecho con el que abruptamente dejó de existir.


El rostro de Allende todos lo conocemos, incluso quienes nacimos después de su partida. Ha sido fotografiado, pintado, dibujado, esculpido. De su muerte, el rastro inequívoco más difundido, son aquellos lentes partidos por la mitad, los cuales fueron encontrados fortuitamente por Teresa Silva en el Palacio de la Moneda pocos días después del bombardeo[1]. 23 años después, éstos fueron donados al Museo Histórico Nacional de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de Chile, donde hasta hoy en día son conservados.


Al retirar los anteojos de su contexto original, claramente se les está otorgando un nuevo significado. Un accesorio que llevaba la víctima en contexto de muerte violenta, normalmente sirve como evidencia. En este caso, quien los rescata conocía el peligro de abandonarlos ahí, presintiendo ya que no habría justicia, y que ni siquiera habría condiciones de realizar un funeral hasta superada la dictadura. De ese modo, este objeto claramente deteriorado pasa a transformarse en un rastro del daño, en una pieza de museo que nos llama a no olvidar cuán avasalladora fue la dictadura que comenzó tras la muerte del ex presidente.


Los lentes de Allende formaron parte en el año 2013 (aniversario número 40 del Golpe de Estado) de la exposición “Memoria y Registro, 11.9.73” del Museo Histórico Nacional, en donde se destacó el carácter ahora histórico del objeto. Años antes (2008), el artista visual Carlos Altamirano (1954) realizaba la obra “No tiene nombre”, haciendo alusión a las obras que nos resulta imposible nombrar, respondiendo a la dificultad de figurarse y describir el horror vivido ese día en el Palacio de la Moneda y durante los 20 años que siguieron a la dictadura. Pues “la imagen surge allí donde el pensamiento –la reflexión como muy bien se dice– parece imposible o al menos se detiene: paralizado, pasmado”[2].



Representar la muerte que, más allá del suicidio, fue causada por la brutalidad y el terror, resulta ser un acto estético, político y necesario que otorga forma visible a un hecho de sangre que transformó a Chile para siempre. Es un recurso retórico que permite, desde un objeto conocido, construir puentes hacia planteamientos desconocidos que dicha imagen sea capaz de evocar. Porque la muerte como concepto despierta un sinnúmero de interpretaciones, vincular esa noción a una imagen única que se desprende de un objeto preexistente, puede resultar altamente clarificador. Y porque la muerte es un hecho real e intransferible, contar con una imagen que recuerde o recree el crimen de cada persona cuyo cuerpo no ha aparecido, es un mínimo compromiso con la memoria.

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* Doctoranda del Departamento de Historia Ibérica y Latinoamericana de la Universität zu Köln. Becaria CONICYT, Becas Chile. Maestra en Comunicación y Antropóloga por la Universidad Austral de Chile. Contacto: daniela.senn.j@gmail.com Publicaciones: https://uni-koeln.academia.edu/DanielaSenn

[2] Georges Didi-Huberman (2004:56) Imágenes pese a todo. Memoria Visual del Holocausto. Barcelona, Paidós.

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