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ARTE LATINOAMERICANO 30

Por Javier G. Vilaltella (Universidad de Munich)


Del 22 de febrero al 24 de abril, dos meses ha tenido lugar una exposición de arte colombiano en Madrid. Una exposición con obra de más de 60 artistas, y un total de 134 obras.


Un planteamiento muy ambicioso, tanto en lo temporal como en lo temático, y que ha sido posible gracias a la colección de arte del BANCO DE LA REPÚBLICA de Colombia: Contenía obra de la época colonial, del siglo XIX y mayoritariamente del siglo XX. El hecho de que todas las obras procedieran de esa colección implicaba algo así como un sello de garantía, el espectador podía esperar el verse interpelado por una colección ennoblecida que aspira a formar parte de “un canon de excelencia” del arte colombiano.


Maria Fernanda Cardoso, Cementerio, jardín vertical, Flores de plástico,

lápiz sobre pared. 1992. Fotos: Javier G. Vilaltella.


La muestra se ha realizado en una sala pública de prestigio, la llamada “ALCALA 31” que designa el domicilio donde se encuentra, en un barrio muy céntrico, y donde normalmente tienen lugar exposiciones monográficas de artistas ya muy consagrados a nivel internacional.


Hay que señalar que el año pasado en esa misma sala hubo una equivalente sobre arte peruano, y en el catálogo se indicaba que con ella existía la intención de crear una ventana nueva sobre el arte latinoamericano. Hasta el presente esa presencia se daba mayoritariamente con la celebración de la feria ARCO, en los años que se invitaba a un país concreto. Pero aunque sea una buena ocasión de ver arte contemporáneo esta concebido como una feria y esta más bien dirigida a captar una mayor cuota de mercado.


Lugar aparte merece la del MNCARS, el “Reina Sofía”, al respecto: este museo ha rescatado repetidas veces aspectos casi completamente desconocidos del arte latinoamericano tales como por ejemplo la fuerte presencia del “conceptualismo” en dicho continente.


La curadora, Estrella de Diego una prestigiosa experta, ante la magnitud de la tarea se ha esforzado en ordenar tantas obras y tan diversas, apoyándose en un texto de Eduardo Zalamea, de principio de los años 30, “Cuatro años a bordo de mí mismo”.


Como el título deja entrever se trata de las memorias de un recorrido sobre el país, en donde en medio de la inmensidad de la geografía se buscaba algo así como “la colombianeidad”, las esencias de “lo nacional,” búsqueda que por otro lado en esos tiempos era compartida en otros países del continente. De alguna manera cabe suponer que el BANCO con su colección aspira a seguir completando esa tarea.


La curadora se ha esforzado en poner un poco de orden, por así decirlo, ante un material artístico tan heterogéneo y para ello ha agrupado las obras en tres conjuntos o recorridos con los siguientes títulos A) ANATOMIA Y BOTANICA, B) GUIA DE VIAJES, C) CIUDADES INVISIBLES.


No se trata de discutir si son acertados o útiles para orientar la visita. Una colección como la del Banco, creada desde una perspectiva nacional, requiere para una adecuada comprensión un amplio conocimiento de los contextos en los que han ido surgiendo cada una de las obras. No se puede olvidar que incluso dentro de los parámetros latinoamericanos Colombia ha tenido un siglo XIX y XX especialmente turbulentos y lastrados por procesos de violencia que llegan hasta la actualidad.


Quizás conviene aclarar qué entiende la curadora en este caso por “Ciudades invisibles” pues apunta a uno de los aspectos fundamentales de la realidad colombiana. Se trata de que aunque las elites son “blancas” y culturalmente buscan su espejo en Europa o en la España católica tradicional, la mayoría de la población es mestiza con un fuerte sustrato de culturas indígenas, además de la fuerte presencia de lo negro sobre todo en algunas regiones del país.


Esta realidad se perpetua en las grandes ciudades y por así decirlo se necesita de la mirada del artista para sacarla de su ocultamiento. Hay que destacar en ese sentido la fuerte presencia de la fotografía en la exposición que cumplía esta misión: Luis B.R, en los años 30 con su serie “los municipios de la Sabana de Bogotá” o las litografías de Ramón Torres Méndez, finales del siglo XIX“ y a mediados del XX de otros fotógrafos como Daniel Rodríguez, Jorge Silva, Viki Ospina o las fotos de Fernell Franco sobre el mundo de la prostitución. Por suerte ya conocidas en Madrid por su presencia en años anteriores en “PHOTOESPAÑA”.


En la sección “ANATOMÍA” se agrupaban los retratos de monjas difuntas coronadas de la época colonial, genero prácticamente desconocido en España, aunque muy presente en México, en ese país no como monjas difuntas, sino como “coronadas” en el momento de su compromiso definitivo con la vida conventual.


Además, junto a figurillas representando a las almas del Purgatorio con sus correspondientes llamas, como una especie de contraste de la visión del cuerpo estaban las representaciones de desnudos masculinos, en especial el imponente tríptico de Luis Caballero, con toda la problemática de lo homosexual en su contexto colombiano de los años 70.


En la acápite “botánica” claramente se llevaban la palma las acuarelas de Abel Rodríguez con su minuciosa representación de los bosques, un artista que por otro lado está muy en auge en las exposiciones internacionales, últimamente, entre otras en la Documenta de Kassel.


Las interioridades del bosque estaban representadas por la fotografía de Juan Fernando Herrán con un tríptico de la serie “Camposanto”, donde en medio del follaje aparecían cruces caídas, quizás una alusión a tumbas abandonadas de anónimas víctimas de la violencia que tanto dolor y desolación ha causado en el país durante decenios.


La exposición reunía obras también de artistas que ya ocupan un lugar merecido en los circuitos internacionales: fotos de Oscar Muñoz, las sillas rotas, ensambladas de Doris Salcedo. (Simultáneamente se puede ver, de nuevo una obra impactante, sobre la inmigración y la muerte creada para MNCARS en el espacio del Palacio de Cristal del jardín del Retiro en Madrid). Una colección de lirios agrupados en un muro, con el título de “Campo Santo”, de María Fernanda Cardoso, de nuevo una alusión a la muerte (en el espacio de la casa de Lope de Vega). Beatriz González, con una tela sobre la cual se presentaba una figuración hecha con serigrafía, una artista que ha ocupado un papel central en la asunción de las corrientes internacionales en el arte colombiano y que estuvo también muy presente en la última Documenta.


Doris Salcedo, SIN TÍTULO (C), Acero inoxidable, 2005. Foto: Javier G. Vilaltella.



Es difícil no mencionar la obra cuidadísima de José Antonio Suárez, con sus cuadritos que se mueven entre los 20 y 30 centímetros pero en los que surge como de un pequeño y misterioso manantial un mundo inquietante.


El videoarte estaba también presente tres o cuatro obras, entre ellos hay que destacar la presencia de José Alejandro Restrepo con su “Paso del Quindío”. Por desgracia un artista no muy expuesto fuera de Colombia, pero cuya obra, casi toda en video, en muchos casos de gran complejidad, y que sin la menor duda es uno de los artistas más intensos y que penetra con más profundidad, con todos los recursos formales del video, en la compleja realidad colombiana.


“CAMPO A TRAVÉS”, era el título que encabezaba la exposición: quizás, sea ésta precisamente la sensación que después de los vericuetos en el largo recorrido dominaba en el visitante.


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